Con esta polémica frase que se le atribuye a Voltaire arranco el posteo de hoy. Vamos a desmenuzar cómo es aplicable en el ámbito del management hoy en día.
Cuando vamos a una entrevista laboral y nos preguntan cuáles son nuestros defectos, a todos se nos ocurrió decir "soy demasiado perfeccionista". Sin importar si esto es verdad o mentira, si estamos exagerando para que nos tomen en el trabajo deseado, ese rasgo que consideramos positivo, en realidad puede afectar nuestra tarea y nuestra vida de forma muy negativa.
Desde el punto de vista psicológico, Josh Cohen escribió para "The Economist" que el perfeccionismo es una lucha constante que no podemos ganar. Si bien el proceso de trabajar hacia un resultado perfecto es lo que debería impulsar la realización, en realidad el resultado real es lo que decide nuestro estado mental y resulta que el resultado puede no ser siempre necesariamente perfecto.
No está mal mirar cada detalle, quiero siempre en mi equipo gente detallista. El problema empieza cuando nunca es suficiente y pasás demasiadas horas trabajando en cada una de las tareas, muchas más de las necesarias. En estos casos, se produce el efecto inverso al deseado, un agotamiento evitable que tarde o temprano va a llegar en una baja en la productividad.
El alto nivel de exigencia no es por sí solo un problema, necesitamos conocernos y entender cuándo el trabajo debe estar hecho perfecto o cuando puede hacerse bien. Una vez mi mentor Carlos R. Siffredi (un amante del trabajo bien hecho) me dijo, "tenés que aprender que hay cosas que necesitan hacerse rápido y no perfectas". A lo que Carlos se estaba refiriendo era a dos factores importantísimos, que hoy, después de muchos años entiendo: el costo marginal y el costo de oportunidad.
Todo lo que hacemos tiene un punto óptimo de perfección que, si nos pasamos, ya no será valorado. A este efecto se le llama costo marginal, porque seguimos implicando horas en un trabajo que no nos generará mayor beneficio. Por otro lado, cada hora que le dedicamos a una tarea, es una hora que no le podemos dedicar a otra, el costo de oportunidad acá es claro, debemos pasar de tarea para aumentar nuestra productividad.
Bajar el nivel de autoexigencia, a veces, nos hará mejores profesionales. ¿Cómo lo podemos hacer? Priorizando las tareas, dividiéndolas en urgencia e importancia y desafiándonos a entregar esos proyectos que nos tienen paralizados.
A veces, ¡menos es más!
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